sábado, 20 de diciembre de 2008

«Hay mucha mitología que tenemos que desmontar»

Noam Chomsky


Entrevista realizada por Simone Bruno y difundida por ALAI (Agencia Latinoamericana de Información).

¿Cómo explicar que mucha gente vio llegar la crisis actual, pero quienes están a cargo de los gobiernos y de las economías no estaban preparados?

– Las bases para la crisis son predecibles. Un factor constitutivo de la liberalización financiera es que habrá crisis frecuentes y profundas. De hecho, desde que la liberalización financiera fue instituida hace cerca de 35 años, se ha establecido una tendencia a incrementar la regularidad de las crisis, y crisis cada vez más profundas. Las razones son intrínsecas y entendidas: tienen que ver fundamentalmente con las bien conocidas ineficiencias de los mercados. Así, por ejemplo, si usted y yo hacemos una transacción, digamos que me vende un coche, podemos hacer un buen negocio para nosotros mismos, pero no consideramos el efecto sobre otros. Si le compro un coche, aumenta el uso de la gasolina, aumenta la contaminación, aumenta la congestión, etcétera. Pero no contamos esos efectos. Esto es lo que los economistas llaman externalidades, y no se cuentan en los cálculos del mercado.

Estas externalidades pueden ser enormes. En el caso de las instituciones financieras son particularmente grandes. La tarea de una institución financiera es tomar riesgos. Si es una institución financiera bien manejada, digamos Goldman Sachs, considerará los riesgos para sí misma, pero la frase crucial aquí es “para sí misma”. No considera los riesgos sistémicos, los riesgos para el conjunto del sistema, si Goldman Sachs tiene una pérdida sustancial. Y lo que eso significa es que esos riesgos son subvalorados. Se toman más riesgos de los que deberían tomarse en un sistema eficiente que tiene en cuenta todas las implicaciones. Es más, esta fijación errónea de precios se integra simplemente como parte del sistema del mercado y de la liberalización de las finanzas.

Como consecuencia de la subvaloración de los riesgos, éstos llegan a ser más frecuentes y, cuando hay fracasos, los costos son más altos que lo considerado. Las crisis llegan a ser más frecuentes, al tiempo que suben en escala a medida que el alcance y la gama de las transacciones financieras aumentan. Por supuesto, todo esto se amplifica aún más por el fanatismo de los fundamentalistas del mercado que desmontaron el aparato regulador y permitieron la creación de instrumentos financieros exóticos y opacos. Es una clase de fundamentalismo irracional, porque queda claro que el debilitamiento de mecanismos regulatorios en un sistema de mercado incorpora un riesgo de crisis desastrosa. Se trata de actos sin sentido, salvo para el interés a corto plazo de los amos de la economía y de la sociedad. Las corporaciones financieras pueden, y lo han logrado, cosechar enormes ganancias a corto plazo al emprender acciones extremadamente aventuradas, incluyendo especialmente la desregulación, que hacen daño a la economía general, mas no a ellas, por lo menos en el corto plazo, que es lo que orienta la planificación.

No se podía predecir el momento exacto de una crisis severa, ni se podía predecir el alcance exacto de la crisis, pero que vendría una era obvio. De hecho, se han registrado crisis serias y repetidas durante este período de desregulación creciente. Sólo que hasta ahora no habían golpeado tan duramente en el centro de la riqueza y del poder, sino que han golpeado sobre todo en el Tercer Mundo.

Veamos el caso de Estados Unidos. Es un país rico, pero para una mayoría sustancial de la población, los últimos treinta años probablemente figuren entre los peores de la historia económica norteamericana. No ha habido crisis masivas, guerras grandes, depresiones, etc. Sin embargo, los salarios reales han estado prácticamente estancados para la mayoría durante treinta años. Para la economía internacional, el efecto de la liberalización financiera ha sido bastante dañino. Se podía leer en la prensa que los treinta años pasados, los del neoliberalismo, han mostrado el mayor descenso de la pobreza en la historia del mundo, un enorme crecimiento, etc., y esto tiene algo de cierto; pero lo que falta decir es que el descenso de la pobreza y el crecimiento han ocurrido en países que hicieron caso omiso de las reglas neoliberales. Los países que observaron las reglas neoliberales han sufrido gravemente. Así, hubo un gran crecimiento en Asia del este, pero no hicieron caso de las reglas. En América Latina, donde observaron las reglas rigurosamente, fue un desastre.

Joseph Stiglitz escribió recientemente en un artículo que esta última crisis marca el fin del neoliberalismo; y Chávez, en una rueda de prensa, dijo que la crisis podría ser el final del capitalismo. ¿Cuál cree que está más cercano a la verdad?

– Primero, debemos tener claro que el capitalismo no puede terminar, porque nunca comenzó. El sistema en el que vivimos debe llamarse capitalismo de Estado, no simplemente capitalismo. En el caso de Estados Unidos, la economía se apoya muy fuertemente en el sector estatal. Por el momento, hay mucha angustia sobre la socialización de la economía, pero eso es sólo una broma pesada. La economía avanzada, la alta tecnología y similares siempre han dependido ampliamente del sector dinámico de la economía estatal. Es el caso de la informática, Internet, los aviones, la biotecnología, casi todo lo que está a la vista. El MIT (Massachusetts Institute of Technology), desde donde le estoy hablando, es una especie de embudo, en el cual el público vierte el dinero y de allí sale la tecnología del futuro, que será entregada al poder privado para que saque las ganancias. Por tanto, tenemos un sistema de socialización de los costos y riesgos y privatización del beneficio. Y eso no sólo en el sistema financiero, sino en toda la economía avanzada.

De modo que, para el sistema financiero, probablemente el resultado será más o menos como lo describe Stiglitz. Es el final de una cierta era de la liberalización financiera conducida por el fundamentalismo de mercado. El Wall Street Journal lamenta que Wall Street, como la hemos conocido, ha desaparecido con el derrumbe de la banca de inversión. Y se darán algunos pasos hacia la regulación. Eso es cierto. No obstante, las propuestas que se están formulando, por extensas y severas que sean, no cambian la estructura de las instituciones básicas subyacentes. No hay ninguna amenaza al capitalismo de Estado. Sus instituciones fundamentales seguirán siendo las mismas, quizás incluso sin remezones. Pueden reacomodarse de varias maneras, algunos conglomerados podrían absorber otros, algunos incluso podrían ser seminacionalizados tibiamente, sin que ello afecte mayormente a la monopolización privada de la toma de decisiones. De todos modos, tal como van las cosas, las relaciones de propiedad y la distribución de poder y riqueza no cambiarán significativamente; si bien la era del neoliberalismo, vigente desde hace unos 35 años, seguramente será modificada de manera significativa.

Dicho sea de paso, nadie sabe el grado de gravedad que alcanzará esta crisis. Cada día trae nuevas sorpresas. Algunos economistas predicen una verdadera catástrofe. Otros piensan que puede ser remendada con un trastorno modesto y una recesión, que probablemente será peor en Europa que en EE UU. Pero nadie lo sabe.

– ¿Piensa usted que veremos algo parecido a la depresión, con la gente sin trabajo haciendo largas colas para conseguir alimentos, en EE UU y en Europa? Y de ser así, ¿veremos una gran guerra para reponer a las economías en pie, o una terapia de shock? O si no, ¿qué?

– No creo que la situación sea comparable con el período de la Gran Depresión, aunque hay algunas semejanzas con esa época. Los años veinte eran también un período de especulación salvaje y de una enorme expansión del crédito y de los préstamos, con la creación de una enorme concentración de riqueza en un sector muy pequeño de la población, y la destrucción del movimiento sindical. En esto hay semejanzas con el periodo actual. Pero también hay muchas diferencias. Existe un aparato mucho más estable de control y regulación que resultó del New Deal, y aunque se ha erosionado, buena parte de él permanece intacto. Además, ya se comprende que los tipos de políticas que se veían como extremadamente radicales en el período del New Deal ahora son más o menos normales.

Así, por ejemplo, en el reciente debate presidencial, John McCain, el candidato de la derecha, propuso medidas tomadas del New Deal para afrontar la crisis de vivienda. Se comprende que el Gobierno debe asumir un papel importante en la gestión de la economía y, de hecho, tienen cincuenta años de experiencia en ella para los sectores avanzados de la economía.

Mucho de lo que se lee sobre esto es pura mitología. Por ejemplo, leemos que la creencia apasionada de Reagan en el milagro de los mercados ahora está siendo atacada, dado que a Reagan se le ha asignado el papel del Gran Sacerdote de la fe en los mercados. De hecho, Reagan fue el presidente más proteccionista de la historia económica estadounidense de la posguerra. Él aumentó las barreras proteccionistas más que todos sus precursores juntos. Convocó al Pentágono a desarrollar proyectos para entrenar a administradores norteamericanos rezagados en métodos avanzados de producción japoneses. Puso en marcha uno de los salvamentos bancarios más grandes de la historia norteamericana, y conformó un conglomerado basado en el Estado para tratar de revitalizar la industria de semiconductores. De hecho, él creía en un Gobierno poderoso, de intervención radical en la economía. Cuando digo Reagan, me refiero a su Administración; lo qué él creyó sobre todo esto, si creyó algo, realmente no lo sabemos, y no es muy importante.

Hay mucha mitología que tenemos que desmontar, incluyendo lo que se dice del gran crecimiento y la reducción de la pobreza. En el propio EE UU, en la medida en que sí se aplicaron las reglas neoliberales, éstas fueron bastante dañinas para la mayoría de la población. Viendo más allá de la mitología, podemos percibir que una economía capitalista de Estado que, particularmente desde la Segunda Guerra Mundial, ha dependido muy fuertemente del sector estatal, ahora está volviendo a depender del Estado para el manejo del sistema financiero que se derrumba. Por ahora no hay señales de que se producirá nada parecido al desplome de 1929.

Entonces, ¿no considera que nos encaminamos hacia un cambio en el orden mundial?

– Existen cambios muy significativos en el orden mundial y esta crisis quizás contribuirá a ellos. Pero se han puesto en marcha desde hace algún tiempo. Uno de los cambios más grandes en el orden mundial lo estamos viendo ahora en América Latina. Se dice que esta región es el patio trasero de EE UU y que desde hace tiempo EE UU la maneja. Pero esto está cambiando. Apenas hace algunas semanas, a mediados de septiembre, se dio una ilustración muy dramática de ello. El 15 de septiembre hubo una reunión de UNASUR, la Unión de Naciones Suramericanas, a la que acudieron todos los gobiernos suramericanos, incluido el de Colombia, el favorito de EE UU. Tuvo lugar en Santiago (Chile), otro favorito de EE UU. La reunión terminó con una declaración muy contundente en apoyo a Evo Morales, presidente de Bolivia, y en rechazo a los elementos cuasi-secesionistas en ese país, los cuales cuentan con el apoyo de Estados Unidos.

Hay una lucha muy significativa en Bolivia. Las élites se están movilizando por la autonomía y quizás la secesión, y han llegado a niveles fuertes de violencia, con la evidente aprobación de EE UU. Pero las repúblicas suramericanas asumieron una postura firme, en apoyo al Gobierno democrático. La declaración fue leída por la presidenta Bachelet, de Chile, una favorita de Occidente. Evo Morales respondió agradeciendo a los presidentes su respaldo, a la vez que señaló, correctamente, que ésta era la primera vez en 500 años que América Latina había tomado su destino en sus propias manos, sin la interferencia de Europa ni, sobre todo, de EE UU. Ése es un símbolo de un cambio muy significativo que está en curso, a veces llamado la marea rosada. Fue tan importante, que la prensa estadounidense no lo contó. Hay una oración aquí y allí en la prensa que anota que algo sucedió, pero suprimen totalmente el contenido y la importancia de lo que sucedió.

Esto es parte de un proceso a largo plazo, en el cual Suramérica está comenzando a superar sus enormes problemas internos y también su subordinación a Occidente, principalmente a Estados Unidos. Suramérica también está diversificando sus relaciones con el mundo. Brasil tiene relaciones cada vez mayores con Sudáfrica e India, y particularmente con China, que está cada vez más involucrada, mediante inversiones e intercambios, con los países latinoamericanos. Son procesos extremadamente importantes que ahora están comenzando a llegar también a América Central.

Simone Bruno es periodista italiano, radicado en Colombia.

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